lunes, 19 de marzo de 2012

Dakuwaga, el Dios Tiburón

Fue en la isla de Pantar donde encontré a Daggon, subiendo al volcán Gunnung Sirung durante un día de descanso en una expedición al Estrecho de Alor. Escuálido, de piel muy morena, arrugada y ajusticiada por el sol, de pelo canoso y de una mirada tan produnda e insondable como el mar. Fue en el camino cuando nos cruzamos y, al ver los trazos sobre mi brazo, los señaló y dijo: "cabeza de pájaro, cola de ballena y aletas de tiburón". Había reconocido a Tangaroa, el protector de los océanos en la mitología polinésica. Tras conseguir que me detuviera, me dio la espalda y se aproximó al borde del camino, mirando al mar, y se puso de cuclillas mientras clavaba en el suelo el machete-lanza que portaba y, sin mirarme, empezó a hablarme:

Tiburón limón en aguas del Caribe/CHANO MONTELONGO

Dicen que Dakuwaga solía afilar sus dientes contra las rocas del arrecife produciendo un inquietante sonido que no dejaba dormir a los habitante de la isla de Vanua Levu. Dakuwaga era un monstruo marino, mitad dios, mitad pez, guardián de los arrecifes del archipiélago, una bestia valiente, fuerte y muy orgullosa que acostumbraba a adoptar la forma de un tiburón para enfrentarse al resto de guardianes del mar.
Un día, mientras nadaba entre los arrecifes de la isla de Bega, Dakuwaga encontró a un viejo amigo, otro tiburón sagrado llamado Masilaca, para el que corrían malos tiempos..., se decía que había sido derrotado y humillado por un ser monstruoso que le disputaba el territorio. Masilaca, con la voz aún entrecortada por el miedo, le habló de la fuerza sobrenatural del guardián de la isla de Kadavu y le pidió ayuda para vencerlo.

Tiburón tigre en Christmas (Australia)/CHANO MONTELONGO
Sin pensarlo, el orgulloso y engreído guardián de los arrecifes se dirigió hasta los dominios de este misterioso ser. Le buscó entre los corales, dentro de las cavernas, en los veriles del fondo marino y no le halló..., pero, cuando se disponía a volver oyó alboroto no muy lejos de aquellas aguas y se acercó a ver lo que sucedía. Allí, entre las paredes del arrecife se vio sorprendido por la monstruosa visión de la bestia que habitaba la costa de Kadavu, era un deforme pulpo gigante, que adoptaba aformas y terroríficas figuras y que destrozaba los corales con sus poderosos y gruesos tentánculos.

Ojo de pulpo (Gozo-Malta)/
CHANO MONTELONGO

Cuando la bestia vio a Dakuwaga se abalanzó contra él y el dios tiburón intentó esquivar la acometida con su legendaria velocidad, pero los tentáculos del monstruo fueron más rápidos y le atenazaron. La presión que ejercía sus abobinables apéndices no le dejaban respirar y, mucho menos, moverse. Sin posibilidad de defensa, asfixiado y a punto de perecer, Dakuwaga solicitó clemencia por su vida.
El pulpo le miró con su único ojo y le preguntó que le ofrecía por su vida. El guardián tiburón le dijo que si le perdonaba, jamás haría daño a la gente de Kadavu y que nunca podría en duda su legitimidad sobre estas costas de la isla. La bestia le liberó y Dakuwana cumplió su promesa.
Desde ese día, los habitantes de la isla de Kadavu no temen a los tiburones y no comen tiburón, ni pulpo, por respeto a sus dioses marinos. Incluso, hoy día, algunos pescadores de este lugar siguen celebrando un ritual en su honor, vertiendo un cuenco de yagona en el mar antes de salir a faenar.

Raggie Shark Tooth (Sudafrica)/CHANO MONTELONGO
Daggon acabó su relato y se incorporó. Seguía sin mirarme. Luego se aproximó a mí, puso su mano sobre el tiki de Tangaroa, en mi brazo, y me susurró al oído unas enigmáticas palabras que, en ese momento, carecieron de sentido para mí. Sin desperdirse, se dio media vuelta y desapareció camino abajo canturreando algo. Tres años después comenzé a comprender parte de aquello que me dijo, pero eso es otra historia...



¡Larga vida a los océanos!

Dos tiburones tigre en aguas de Bahama/CHANO MONTELONGO

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