martes, 10 de abril de 2012

El monstruo de Stronsay

El lunes pasado, dos tiburones peregrinos fueron noticia en todos los periódicos y radios nacionales (la tele como no tenía imágenes no dio la información, como siempre), y no porque hicieran nada extraordinario, sino sólo por el mero hecho de existir. Fueron avistados cerca de la costa, en el cabo de Lastres (Asturias-España), y enseguida se dio la voz de alarma. Miembros del CEPESMA les ayudaron a cambiar su ruta para que volvieran a alta mar. Es una buena noticia que no les haya pasado nada, pero es lamentable que sean noticia. Junto a la tortuga laúd y a las marsopas, estos grandes animales marinos son los que corren mayor peligro de desaparición, por eso, sólo su avistamiento supone un hecho ya de por sí extraodinario. ¡Qué pena!
A pesar de su enorme boca, el tiburón peregrino
no come más que plácton.
A pesar de que son dóciles como las vacas y que sólo comen plácton, el hombre siempre se ha dejado llevar por su fiero aspecto (es que cuando abre la boca... da respeto) y ha propiciado todo tipo de leyendas que siempre les han señalado como una amenaza. La más significativa fue la del Monstruo de Stronsay:
Fue a principios del siglo XIX, cuando en el archipiélago de Orkney (Escocia) se empezó a hablar de la existencia de un monstruo marino -que decían que estaba emparentado con el del Lago Ness-. En 1808, en una playa de la isla de Stronsay, el hallazgo del cuerpo corrupto de una extraña criatura marina disparó la leyenda. No hubo tiempo para que los científicos examinaran a fondo el cadáver, puesto que las tormentas destrozaron el cuerpo, pero el testimonio de los que lo vieron no dejaban lugar a dudas de que se trataba de una animal extraordinario, de un monstruo de las profundidades: medía 17 metros de longitud, tenía un cuello muy largo, una ondulante cola y ¡seis! patas. Durante décadas, el mito del la Bestia de Stronsay sirvió para asustar a niños y mayores. Sin embargo, algunos restos (óseos, sobre todo) de esa excepcional criatura marina se conservaron (están en el Royal Museum of Scotland, en Edimburgo) y fueron examinados por el doctor Everard Home quien determinó que la bestia era, ni más ni menos, que un inofensivo tiburón peregrino. La rápida descomposición del cuerpo, sobre todo de la mandíbula inferior, los lóbulos de la cola y las aletas dieron al cadáver el aspecto de una criatura fantástica, con cuello largo, cola y patas..., el cotilleo popular hizo el resto.
Un peregrino muerto tras caer en las redes de los pescadores
en un puerto de L'Scala (Gerona).
Estos "monstruos de Stronsay" que han sobrevivido a su famoso antecesor escocés, hoy vagan por nuestros mares esperando su extinción final. Por su docilidad y su lentitud al nadar, siempre fueron objetivo de los pescadores. Un tiburón peregrino de tamaño medio (entre 6 y 8 metros) puede generar hasta una tonelada de carne y 400 litros de aceite. Hoy ya están protegidos por la ley en la mayoría de los países, pero parece que la regulación ha llegado tarde, están en vía de extinción. Además, aún es habitual ver sus cadáveres enganchados en las redes, víctimas de la llamada pesca incidental, que también padecen otros animales emblemáticos como las tortugas, los delfines, etcétera, etcétera. Ojalá, algún día estos peregrinos de los océanos encuentren su santuario y puedan vivir en paz.
¡Larga vida a los océanos!

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