domingo, 8 de abril de 2012

Las tortugas sagradas de Kandav



Mi perla papuana./CHANO MONTELONGO
Fue en una aldea sin nombre donde me encontré aquella perla papuana. Apenas siete añitos de cuerpo enjuto y huesudo, morena y de sonrisa perenne. Sus grandes ojos negros ejercían un enorme poder hipnótico cuando los abría bajo el agua transparente de aquella exótica playa. Posó para la cámara tan profesional como cualquier modelo y tan natural como lo hacen las criaturas marinas que suelo retratar. Más tarde, ya sobre la cálida arena y junto a sus hermanos y hermanas, me regaló una deliciosa historia llena de sabiduría: 

Dicen los viejos de Fidji que hace mucho, mucho tiempo, la bella princesa Tinaicoboga, esposa del jefe de la tribu de Namuana, salió a pescar en canoa con su hermana Raudalice. Ese día fueron más lejos de lo habitual, hasta los arrecifes del este de la isla de Kadavn.
En medio de la faena, las abordó una enorme canoa de guerra de Nabukelevn, el pueblo vecino y rival. Las jóvenes fueron apresadas, maniatadas y arrojadas al fondo de la gran embarcación. Aunque suplicaron por sus vidas, los despiadados guerreros de Nabukelevn no las escucharon y comenzaron a remar hacia su poblado.
Pero los lloros y los lamentos de las mujeres sí que fueron oídos por los dioses del mar. Ante tanta desdicha, se apiadaron de ellas y provocaron una enorme tormenta que zarandeó la canoa. Las enormes olas amenazaban con hacer zozobrar la nave y el agua comenzó a entrar. A medida que se hundían, el pánico se apoderó de los feroces guerreros que, atónitos, contemplaron como las dos jóvenes comenzaban a transformarse en tortugas marinas gigantes
Tortuga en Clarence Wall (Palau)./CHANO MONTELONGO
Sin entender muy bien lo que pasaba, temerosos por sus vidas, los hombres las lanzaron al mar y, solo entonces, las aguas comenzaron a calmarse. La tormenta amainó y las olas desaparecieron. El mar recobró su paz.
Los guerreros de Nabukelevn consiguieron regresar a su pueblo y las dos mujeres de Namuana, convertidas en hermosas tortugas, vivieron para siempre en las aguas de la Bahía de Kadavn.
En la actualidad, todavía, las tortugas gigantes -que dicen los fidjianos que descienden de estas dos princesas-, tras un mágico ritual en las que las jóvenes de Namuana cantan canciones desde los acantilados, siguen volviendo a esta isla y saliendo, una a una, a la superficie para escuchar la música. El pueblo asegura que espíritu de Tinaicoboga y Raudalice sigue latente en ellas.

Buceador junto a una tortuga en lso arrecifes de Banco Chinchorro (México)./CHANO MONTELONGO

Desde que mi perla papuana -que calculo que hoy ya debe de tener cerca de 17 o 18 años, probablemente también un par de hijos y, seguramente, habrá perdido a otro y que espero que a pesar de esto no haya olvidado aquella sonrisa inocente que grabó en mi cámara- me contó esta vieja leyenda, no puedo evitar mirar a los ojos a todas las tortugas que me encuentro en mis viajes, intentando hallar en sus miradas un indicio del espíritu de aquellas dos princesas fidjanas, aunque hasta ahora sólo he encontrado consuelo maternal con un punto de bella tristeza, quizá de añoranza de otros tiempos mejores en los que eran más veneradas que perseguidas.
Buceadora y tortuga
en Belice./CHANO MONTELONGO
Las tortugas, tras 100 millones de años de existencia, de sobrevivir a la Edad del Hielo y a la mismísima extinción de los dinosaurios, hoy, y a pesar que todas las tortugas marinas están protegidas por las leyes internacionales, algunas especies sufren un grave riesgo de desaparición: en Molucas y Papúa les encanta su carne a la brasa, en occidente, lo que les gusta es colgar sus caparazones de la pared y utilizarlo en el sector de la joyería y en el Pacífico americano creen que sus huevos son un poderoso afrodisiaco.

El ser humano está acabando con las poblaciones de estos quelonios, uno de los animales más antiguos que habita este planeta. Es el momento que decidamos en donde queremos estar: en el bando de los que entienden o de los que nunca han querido entender nada.

¡Larga vida a los océanos!
Tortuga en Bajo Tiburones (Guanacaste-Costa Rica)./CHANO MONTELONGO

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